
Vivimos tiempos de sobresaltos. Las portadas de los periódicos y todo tipo de programas de televisión, desde los informativos hasta los reportajes de investigación, nos muestran día tras día los escándalos de un montón de políticos y dirigentes de toda condición, que se ha dedicado al enriquecimiento propio durante años, que ha desvalijado las arcas públicas a base de engaños y mentiras, que ha medrado en todo tipo de tratos cuyos únicos beneficiarios eran ellos mismos.
Continuamente salen a la luz irregularidades en la contratación pública, concursos amañados para que ganen unos pocos, los que “engrasan” el aparato de poder establecido, los que no tienen escrúpulos a la hora de buscar vías de lucro personal al margen de las normas. Y lo triste es que no se trata de unos pocos, que no hablamos de unas cuantas empresas poderosas… la realidad es que este tipo de conductas se producen cada día en nuestro entorno, incluso en pequeñas empresas que operan en municipios que tenemos muy cerca. El resultado es una brutal quiebra de confianza en la clase política, pero también en la clase empresarial.
La corrupción política no es un fenómeno aislado, ni se produce de forma casual. Se genera porque hay dirigentes dispuestos al enriquecimiento rápido sin respetar las leyes, pero también porque hay muchos empresarios dispuestos a coger atajos, a “allanar el camino” a base de comisiones y favores de todo tipo, que después se cobrarán; empresarios a los que no les importa burlar leyes si con ello logran firmar jugosos contratos. Para que esto suceda no basta con que una parte lo quiera hacer, deben ser las dos partes las que se conjuren en la obtención de “ventajas” de manera ilegal.
¿Cómo acabar con esta lacra?. ¿Cómo terminar con esta situación que avergüenza al país?. Tenemos leyes, pero resulta fácil burlarlas. Tenemos fuerzas policiales preparadas, pero sin apenas medios para investigar; tenemos un sistema judicial que se proclama independiente, pero que no siempre justifica serlo. Y que actúa de una forma desesperantemente lenta, como si la defensa de la legalidad no fuese una prioridad del Estado.
Dotar de independencia y medios a los responsables de velar por la Ley es una forma de combatir la corrupción, pero no la única, ni la mejor. Muchas veces he pensado en ello, y llego a la conclusión de que el verdadero problema está en la educación que recibimos, en la cual integridad y responsabilidad personal no son esenciales. Ahí fallamos.
Nuestro sistema educativo forma, mejor o peor, trabajadores de a pie, técnicos cualificados y profesionales de todo tipo, muchos de los cuales con el tiempo alcanzarán las áreas de decisión en sus empresas; les enseña una profesión, pero no les enseña valores, sino que les deja al albur de lo que puedan vivir, sobreexpuestos a recibir influencias negativas de personas “tramposas” para las que el enriquecimiento personal es el fin que justifica los medios. Cuando esos jóvenes lleguen a puestos en los que puedan tomar decisiones, no les resultará extraño recordar las influencias recibidas. Y así nos va.
Porque… no nos engañemos. Casi todos los empresarios se ven enfrentados, en uno u otro momento, al dilema de elegir entre lo fácil -formar parte de ese sistema de “engrase de voluntades” que nos rodea- y lo correcto -guiar sus actuaciones siguiendo criterios de honestidad y responsabilidad-. Y la educación recibida, su formación humana, será la que incline la balanza, la que señale el camino a seguir por ese empresario. Cuestión de valores.
Dirigir una empresa exige dedicación, conocimientos, entusiasmo y afán de superación. Pero también exige responsabilidad ante los accionistas, los trabajadores, las administraciones… y, cómo no, ante la sociedad: hacer las cosas bien no siempre es fácil; a menudo supone elegir, de entre todos los posibles, el camino más largo y complicado.
No olvidemos que la corrupción es cosa de dos: el corruptor y el corrompido. Ambos tendrán la oportunidad de elegir si participan o no en el juego; la decisión que adopte cada uno vendrá marcada por la educación recibida, por sus valores.
El empresario que no quiera corromperse no lo hará, aunque con su postura se aleje de beneficios inmediatos. Para tener este tipo de empresarios, debemos apostar firmemente por la educación en valores, para que nuestros jóvenes, futuros líderes, conozcan el verdadero significado de la palabra #integridad.